lunes, 28 de febrero de 2011

Blade Runner (Ridley Scott, 1982)






Hoy en nuestro blog analizaremos la película Blade Runner, gran clásico del cine de ciencia ficción protagonizado por Harrison Ford y basado en la novela de Philip K. Dick “Blade Runner: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”  La historia trata de cómo el personaje interpretado por Ford es el encargado de acabar con cuatro replicantes (seres organicos empleados como esclavos) llegados a la Tierra desde las colonias espaciales.

Empezando nuestro análisis particular, en la película se han observado ciertas cosas, ciertos avances que en la actualidad no son un imposible, como por ejemplo el sistema de navegación por voz de los vehículos, aunque nos ha inquietado más el hecho de lo que actualmente resulta imposible al ser humano: fabricar “maquinas” como las descritas en la película, seres orgánicos sin conocimientos de su naturaleza  y con un periodo de vida delimitado en su creación. Cierto que en la película también aparecen coches voladores, pistolas láser, detectores de mentiras de una complejidad imposible en la actualidad e incluso paragüas de neón (que algún fan de la serie se ha dedicado a fabricar y vender), pero la “humanidad” de esas herramientas y su composición y características fomentan más nuestro interés.

Dado que este punto nos resulta especialmente atractivo y constituye una gran fuente de preguntas sobre el tema y relacionados, y hemos llegado a ese punto del análisis, detengámonos por un momento. Nos encontramos en una sociedad futura, avanzada. Nuestras colonias en el espacio necesitan mano de obra barata, asi que usamos los replicantes para trabajar allí. Son seres creados de manera orgánica, que piensan, son conscientes de sí mismos, con un tiempo de vida limitado a cuatro años (para que no causen problemas), y todos y cada uno de ellos son distintos, como verdaderos humanos.

La pregunta clave que aquí surge es: ¿por qué?, es decir, son tratados como esclavos, sin embargo les humanizan hasta el extremo de poder ser identificados solamente mediante una ausencia de valores humanos, tales como la crueldad con seres vivos u otros humanos, imperceptibles para ellos… No poseen una marca identificativa para que si se fugan puedan ser detectados, son una creación demasiado “humana” para después programarles la muerte a los cuatro años… 

               


Cuán peligroso es lo que pueden aprender o cuestionarse en esos 4 años, o por qué fueron creados de esa manera, son dudas que siempre quedarán ahí, sin respuesta, solo meras teorías… cada cual que elija la suya, 

Esta “humanidad”, esta libertad de elección, plantea una gran e hipotética pregunta: conseguimos crear un ser orgánico, que piensa por si solo,  un gran invento para nuestras fábricas, pero… ¿cuáles son las consecuencias? ¿Es seguro? Respondo con la misma pregunta, ligeramente cambiada: ¿es seguro un ser humano, racional, en todas las ocasiones? NO. No olvidemos que los replicantes no tienen los caracteres aprendidos de pudor y delicadeza en ciertos temas, o consideración. Podrían llegar a ser peligrosos sin duda, como cualquier persona mentalmente desequilibrada. El mero hecho de ser hechos tan similares al ser humano demuestra que la fe en que falle es ínfima, pero falla. El motivo de seguir usándolos es su utilidad y el alivio que proporciona a la sociedad con respecto al trabajo generado.

Otra cuestión es hasta qué punto los robots sienten las emociones, pues vemos cómo dos replicantes se enamoran, cómo se demuestran afecto, o cómo incluso terminan salvando la vida a Dekard llegado el momento final, justificándolo con la existencia de recuerdos, memorias y emociones. ¿Hasta que punto podemos esperar que los replicantes evolucionen y confiando en sus sentimientos puedan ser dignos de más confianza? Fácil: gracias al límite de cuatro años de vida los replicantes no pueden compartir conocimientos los unos con los otros, incluso pueden no llegar a las mismas conclusiones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario